26 de noviembre de 2013

CONSEJOS PARA HABLAR DE ALIMENTACIÓN Y SALUD A LOS NIÑOS

Entender las necesidades y preferencias de los hijos es una aventura diaria, especialmente a la hora de comer.

Niños que no comen, niños que comen demasiado, niños que se esconden como si no hubiera mañana cuando ven cualquier “cosa verde” en el plato… ¿Qué padre no se ha sentido desesperado?

“Cómo hablar de alimentación y salud a los niños” (Editorial Nerea) está destinado a los adultos, con un formato de pregunta/respuesta, para que enseñen a los más pequeños la importancia de tener hábitos saludables y de involucrarse en los asuntos de la dieta.

“El libro parte del supuesto de dos personas que tienen la intención de tener un hijo, empieza antes de ese kilómetro cero, y luego plantea las preguntas que cualquier padre, madre o cuidador se encuentra en el camino”, explica a EFEsalud Javier Aranceta, doctor en medicina y nutrición y especialista en medicina preventiva y salud pública.

La alimentación en cada etapa

Una de las máximas en la tarea de educar en alimentación a los niños es “predicar con el ejemplo”.

“Los padres son muy importantes en las primeras etapas, son los que marcan los estilos de vida. Hasta los diez años hay que poner el máximo acento en que los niños vean prácticas saludables y entiendan por qué son necesarias, deben asimilar una educación nutricional en la familia”, señala Aranceta.

Esta educación debe ser una base sólida para la preadolescencia, cuando se hacen jóvenes y luchan por su autonomía. La idea es que cuando se enfrenten al entorno social y comercial, sean capaces de mantener el control y “autogestionar sus temas alimentarios”.

El autor de “Cómo hablar de alimentación y salud a los niños” da en la publicación algunas pautas para cada etapa de la infancia:

Antes de la concepción: “Empezaremos por eliminar tabaco, alcohol y todas las sustancias estimulantes o tóxicas. Nos propondremos incrementar la actividad física y consumir alimentos de calidad”.

En el embarazo: “Continuar con una alimentación equilibrada, rica en hierro, ácido fólico, calcio y otros minerales y vitaminas (…) Quizás durante este periodo comience la configuración de las preferencias y aversiones alimentarias que van a condicionar los hábitos”.

En la lactancia: “La leche materna es el alimento ideal para el bebé (…) Es un flujo de comunicación entre la madre y su hijo desde el punto de vista nutritivo, inmunológico, termogénico y afectivo”.

En el primer año: “Este primer año es importante para incorporar nuevos sabores, texturas y alimentos”.

Hasta los tres años: “Nos interesa adaptar la textura y la consistencia a su capacidad masticatoria y preocuparnos en crear siempre un buen clima en los horarios de comida”.

De cuatro a once años: “Durante este período se refuerza la educación nutricional en el entorno familiar y escolar, y en ningún caso la comida debe ser vehículo de discusión, de premio o de castigo, sino un elemento de convivencia”.

En la pubertad y adolescencia: “Los jóvenes necesitan cantidades importantes de energía y nutrientes, pero hay que evitar los alimentos de alta densidad energética y escaso valor nutricional (bebidas azucaradas, comidas rápidas, etc.)”.

Los hábitos en el colegio

Además de la formación alimentaria que se gesta en el hogar, la escuela influye en la relación que los pequeños establecen con la comida.

El doctor Javier Aranceta precisa que aunque la normativa que rige los menús escolares ha mejorado en los últimos 20 años, hay elementos por corregir como “el aspecto o sabor de muchos platos o la oferta de fruta”.

Otro tema que necesita revisión, como efecto de la crisis, es que muchas familias no pueden pagar lo que ofrecen los colegios y recurren al táper, “lo que hace que se pierda la universalidad y que no todos los niños coman igual”.

La comunicación entre educadores y padres de familia es esencial para que los menores crezcan sanos y con habilidades para alimentarse correctamente: “el colegio debe informar con antelación la oferta de la cantina así como los inconvenientes a la hora de comer”. Los trastornos alimentarios que más prevalecen en la infancia a veces se detectan con más facilidad en la escuela.

Sobrepeso, obesidad, trastornos…

En una España en la que casi de la mitad de sus niños tienen sobrepeso es necesario subir al máximo los niveles de prevención, que se centran en la alimentación y la actividad física.

“Tenemos muchos desajustes en la dieta, pero he llegado a la conclusión de que el fenómeno que más contribuye al exceso de peso es el sedentarismo”, señala Aranceta.

Para este experto es crucial que los padres se involucren en el gasto energético de sus hijos para cumplir la recomendación de la Organización Mundial de la Salud: “una hora diaria de actividad física voluntaria, precisa en etapas de crecimiento y desarrollo”.

Para mejorar la alimentación, es necesario agregar toques de creatividad en las cacerolas porque, como manifiesta Aranceta, “muchas veces decimos que a nuestros hijos no les gustan las verduras o frutas y es que no tenemos habilidades para prepararlas de manera atractiva o con fórmulas que tengan mejor sabor”.

Además de la obesidad, “hay que estar vigilantes en el riesgo de trastornos de comportamiento alimentario, especialmente en niñas” que persiguen cierto ideal estético, así como en el aumento progresivo de las intolerancias o alergias, lo que muchas veces afecta el plano psicológico.

“El niño debe comer en la escuela sin sentirse distinto, los educadores deben explicarles a los compañeros por qué necesita una comida especial”, recomienda el especialista.

Consejos para situaciones frecuentes

Javier Aranceta comparte algunas recomendaciones para algunos de los casos más frecuentes a los que se enfrentan los padres:


Cuando no come: Analizar si es por alguna enfermedad o problema psicológico. A veces el rechazo del alimento es un llamado de atención porque tiene algún conflicto emocional, lo que se detecta a través del diálogo. “Además de buscar ayuda profesional, hay que negociar con el niño sin obligarlo a comer o amenazarlo”.

Cuando come mucho: Lo primero es buscar el origen de la ansiedad y de esa conducta compensatoria con asesoría profesional y evitar decirle que “no coma más”. Se recomienda “darle platos entre horas con poco valor energético y gran capacidad de saciedad”, que beban mucha agua y coman frutas troceadas como la manzana.

Cuando rechaza verduras y frutas: Es necesario explicarle “por qué es interesante consumir más estos alimentos y dar el ejemplo”. Creatividad y perseverancia deben ir de la mano: buscar formas más atractivas y sabrosas de preparar las verduras y probar una y otra vez hasta dar con recetas que les gusten.

Cuando tiene sobrepeso o bajo peso: El primer paso es analizar la causa porque “hay sobrepesos que no tienen relación con la alimentación, sino que se deben a problemas genéticos u otros trastornos”. Cuando los kilos de más son producto del estilo de vida, conviene que los padres planteen una dieta más saludable pero “confortable y permisiva” que sea compensada con mucha actividad física. “En el caso del bajo peso es fundamental evaluar la causa orgánica o psicológica y recurrir al pediatra”.

Por Lucía Roles/EFE

11 de noviembre de 2013

EL TRASTORNO ALIMENTARIO TAMBIÉN ES COSA DE HOMBRES


Mientras las mujeres centran su preocupación en el peso, los hombres llegan a obsesionarse con la musculación



Los padres y los médicos suponen que los trastornos alimentarios muy raramente afectan a los varones, pero un estudio de 5.527 varones adolescentes de Estados Unidos, publicado en 'JAMA Pediatrics', desafía esta creencia. Investigadores del Hospital de Niños de Boston, en Estados Unidos, encontraron que el 17,9 por ciento de los adolescentes varones estaba extremadamente preocupado por su peso y condición física y que era más propenso a iniciar conductas de riesgo, como consumir drogas o abusar del alcohol.

"Hombres y mujeres tienen diferentes preocupaciones acerca de su peso y apariencia", señala la autora principal Alison Field, de la División de Medicina Adolescente del Hospital de Niños de Boston. Las evaluaciones para los trastornos alimentarios se han desarrollado para reflejar las preocupaciones con la delgadez que se ve en las chicas, pero no aquello que preocupa a los chicos, que puede estar más centrado en la musculatura que en la delgadez.

Para entender mejor cómo los síntomas de trastornos de la alimentación pueden estar vinculados a la obesidad, el consumo de drogas y la depresión en los hombres, Field y sus colegas analizaron las respuestas de adolescentes cada 12 y 36 meses a los cuestionarios del 'Growing Up Today Study' entre 1999 y 2010. Así, los niños tienden a estar más interesados en la musculatura que la delgadez, con el 9,2 por ciento frente al 2,5 por ciento, mientras el 6,3 por ciento está preocupado por los dos aspectos.

SUPLEMENTOS POTENCIALMENTE INSALUBRES

Los hombres preocupados por la musculatura y que usan suplementos potencialmente insalubres, como hormonas de crecimiento y esteroides para mejorar su físico, fueron aproximadamente dos veces más propensos a comenzar a beber en exceso con frecuencia y registraron más posibilidades que sus pares a comenzar a consumir drogas. Los niños afectados por la delgadez tendían más a desarrollar síntomas depresivos.

A un total de 2,9 por ciento de los encuestados se le detectó comportamientos completos o parciales de trastorno por atracones, y casi un tercio informó de atracones de comida poco frecuentes, purgas de comida o comidas en exceso. La anorexia nerviosa y la bulimia nerviosa se caracterizan por una influencia excesiva del peso y la condición física en la autoevaluación, con los pacientes obsesionados con estar delgados o perder peso.

La mayoría de las evaluaciones sobre los trastornos de comida reflejan este deseo de delgadez y pueden pasar por alto a los chicos preocupados por su peso y forma pero que principalmente quieren estar más musculosos. Éste puede ser el equivalente masculino de las niñas que están obsesionadas con su peso y que utilizan el vómito o laxantes para controlar el peso